Gasto astronómico, ocultación de este gasto, consenso entre los grandes partidos, puertas giratorias entre empresas y ministerio, son algunas de las características del gasto en defensa español. Lo escribe el diario Público en su narración de la presentación del libro El lobby de la industria militar española. Adónde van nuestros impuestos (Icaria editorial, Barcelona, 2015).
“El gasto militar ha sido una de las causas de la crisis”. Así lo cree el presidente del Centre Delàs d’Estudis per la Pau, Pere Ortega, quien este jueves ha presentado en la Madrid El lobby de la industria militar española. Adónde van nuestros impuestos, un “libro militante” en el que describe cómo los grupos de presión ejercen su influencia sobre los Gobiernos. “La burbuja armamentística ha corrido pareja a la inmobiliaria”, añade el investigador catalán, quien sostiene que “mantener al Ejército cuesta a los españoles 17.000 millones de euros al año“. No se refiere al presupuesto de Defensa, sino al “coste real” de las Fuerzas Armadas, cuyos gastos “están repartidos entre varios ministerios”. También estarían incluidos los de la Guardia Civil, aclara Ortega al tiempo que apunta hacia los “agujeros negros” de un “sector desconocido” que “tiene sumido al Estado en una deuda perpetua” y que “impide que se cumpla el objetivo de déficit comprometido con la Unión Europea” (…) Tras la entrada en la OTAN el Gobierno español puso en marcha los Programas Especiales de Armamentos (PEAS), cuya deuda acumulada es de unos 30.000 millones de euros. [Esta política beneficia] “al lobby militar industrial”, (…) “formado por accionistas de las empresas, militares y políticos que condicionan la política del Estado hacia el belicismo”. Y apunta hacia el ministro de Defensa, Pedro Morenés; hacia el secretario de Estado, Pedro Argüelles; y hacia el oligopolio de las empresas Indra, Navantia, Airbus Military y General Dynamics (la antigua Santa Bárbara).
De la introducción del libro reproduzco una selección dedicada a criticar los argumentos con los que se justifica el gasto en defensa:
Los estados persisten en considerar los ejércitos como el mejor instrumento para garantizar la seguridad y la defensa de su soberanía. Y dedican ímprobos esfuerzos para equipar sus ejércitos, tanto para utilizarlos como fuerzas disuasorias frente a amenazas exteriores, como para llevar a cabo intervenciones preventivas para, según nos dicen, preservar la paz. Para ello destinan ingentes recursos para adiestrar personal, adecuar instalaciones y adquirir armamentos. De ahí surge el denominado Ciclo económico militar, término que describe todo el entramado que engloba todos aquellos aspectos que rodean la estructura militar, desde las políticas de seguridad y defensa, que determinan la estrategia de defensa nacional, el modelo de ejército y las infraestructuras militares; hasta los aspectos más estrictamente económicos, como los salarios y el mantenimiento de los cuerpos del ejército, la investigación y desarrollo (I+D) de nuevas armas, la producción de armamentos en la industria militar, los servicios necesarios para mantener operativas las infraestructuras, instalaciones y armamentos, el comercio y las exportaciones de armas. Quienes nos alineamos con los críticos al armamentismo nos oponemos a ese ciclo, argumentando que, a pesar del elevado gasto militar mundial, 1,776 billones de dólares, los conflictos armados y guerras no han desaparecido, con lo cual ese enorme dispendio no parece aportar soluciones a los conflictos. Y por el contrario, ese gasto puede impulsar nuevas confrontaciones armadas a través de la militarización y la carrera de armamentos entre países que mantienen controversias territoriales, políticas o por el control de recursos en un bucle de militarización sin fin. Reclamamos el desarme, la disminución de los ejércitos (existen 21.000 millones de efectivos en todo el mundo) y la desaparición de bloques militares. Somos tachados de utópicos por no percibir los peligros que acechan a la humanidad y en ese sentido que estamos faltos de realidad. Cuando la realidad precisamente muestra lo contrario, que los utópicos son ellos, pues se empeñan en resolver los conflictos mediante la violencia y, a pesar de ello, estos no amainan ni desaparecen y podrían encontrar solución a través de la mediación, puesto que los humanos tenemos capacidades racionales para convivir con los conflictos, resolverlos o transformarlos de manera dialogada.